El fenómeno del shale difícilmente merece el calificativo de “revolución energética”, como muchos de sus promotores señalan. No se trata de algo nuevo. Son reservas de hidrocarburos no convencionales bien conocidas, que nadie había aprovechado hasta recientemente y que la industria había dejado de lado porque su explotación es compleja y costosa. Su productividad es baja y los riesgos son elevados.

Tampoco es probable que el shale sea la vía milagrosa para la independencia energética de los Estados Unidos y vaya a durar 100 años, ya que el auge de estos yacimientos será como máximo de entre 10 y 15 años, dadas las características de su explotación y a consecuencia de la fuerte declinación de la producción de cada pozo. Bill Powers, un analista independiente, inversionista y editor de la revista “Powers Energy Investor”, afirmó en una entrevista para “Business Insider” que el negocio del shale gas no durará más 10 años, basándose en la evidencia de que la producción de la mayor parte de los campos que ya está declinando o se encuentra estancada, con excepción de Marcellus, Eagle Ford y Bakken (ver gráfica 1).
Es sintomático que en ningún otro país del mundo se esté desarrollando de forma masiva la explotación de este tipo de yacimientos y es curioso que ninguna de las oil majors realice inversiones masivas en lutitas. Por el momento, el shale no parece motivar especialmente a las grandes petroleras para invertir y es poco probable que en el mediano plazo lo vayan a hacer, dado que casi todas han anunciado fuertes recortes en sus montos de inversión para los próximos años en exploración y producción.
En el ámbito económico, el gobierno norteamericano requería con urgencia de una actividad económica de relevo para compensar la pérdida masiva de puestos de trabajo que causó el estallido de la burbuja inmobiliaria en 2008 y contener la inflación. Para la administración de Obama, el negocio del shale no pudo darse en un mejor momento. Por lo general, el crecimiento de la producción de hidrocarburos, además de crear empleos, permite bajar el precio de la energía.
En el aspecto técnico, lo que ha posibilitado el boom del shale es que los Estados Unidos cuentan con una inercia industrial petrolera histórica, de más de un siglo y medio de trabajo y de experimentación. Cuentan con un dominio generacional del negocio; es digamos, su patente familiar desde que surgió, en Titusville Pensilvania en 1859, el primer pozo comercial de petróleo. Fue George P. Mitchell y su compañía Mitchell Energy, quien puso a punto la perforación horizontal con fracturación hidráulica en el yacimiento de Barnett. Además, los Estados Unidos cuentan con infinidad de pequeñas, medianas y grandes compañías de servicios petroleros que poseen un importante inventario de equipos de perforación y una vasta red de ductos. Algunos de los ejecutivos de este sector han ocupado puestos de decisión en el gobierno de los Estados Unidos. El territorio norteamericano cuenta con una vasta red de carreteras que permite el acceso rápido a regiones remotas. Reunidos todos estos elementos, se logra una inigualable base técnica y de infraestructura para el desarrollo de los hidrocarburos de lutitas en Norteamérica que no existe en ninguna otra parte del mundo.

El negocio del shale ha recibido cantidades muy importantes de capital provenientes de los inversionistas de todo el planeta, porque la debacle mundial inmobiliaria-financiera, no dejó muchas opciones a las cuales apostarle. El negocio del shale gas fue uno de los mejores rendimientos en los mercados de Wall Street a partir de la crisis financiera. Según un analista de Ernst & Young, las primeras 50 compañías de petróleo y de gas dedicadas a la explotación de lutitas, movilizaron en promedio cada año 126 mil millones de dólares, desde el 2008, cifra similar a lo que gastaron juntas Shell, Exxon y Chevron en el 2013 en exploración y producción en todo el mundo.
Es así que una vez reunidos todos los ingredientes, se inició a partir de 2005 la carrera de las empresas petroleras hacia Haynesville, Eagle Ford, Bakken, Marcellus, Permian, Niobrara y otros, tras el oro del shale, respaldadas por millones de dólares provenientes de los hedge funds que se movieron con las mismas estrategias que se usaron para el sector inmobiliario.
Los resultados de esta “fiesta americana” son evidentes y han sido casi inmediatos. Se ha revertido la tendencia de caída de la producción de hidrocarburos de los Estados Unidos, se ha logrado el renacimiento del sector petrolero norteamericano y de paso se ha iniciado la reindustrialización de algunas regiones americanas gracias al bajo precio del gas. Se han generado millones de empleos. Según un reciente informe de IHS Cera, se han creado entre 2005 y 2012 alrededor de 2.1 millones de empleos en este sector.

Sin embargo, en el punto más álgido del desarrollo del shale, la sobreproducción originó una tendencia a la baja del precio del gas más allá del límite de lo rentable. Nadie pudo disminuir el ritmo de producción para contener el desplome del precio, porque la lógica del arrendamiento de los terrenos se lo impedía. Al inició del boom, muchas empresas motivadas por la gran expectación se comprometieron con grandes extensiones de suelo que tenían que explotar en un lapso de tres años, porque fueron contratadas bajo el esquema de “use it or lose it”. Al parecer, era menos grave seguir produciendo que perder los arrendamientos, debido a que las compañías son cotizadas en la bolsa de valores dependiendo de sus reservas y de su producción.

Cuando se inició la explotación del shale, se supuso que con la técnica de perforación horizontal y fracturación hidráulica el comportamiento general de los campos iba a ser más o menos homogéneo y de manera uniforme. lo que animó al Departamento de Energía (DOE) de los Estados Unidos a aventurar cifras muy altas de las reservas recuperables de gas. La realidad ha mostrado que la producción es muy dispareja, que los sitios de alta productividad son puntuales y que en la mayor parte de las regiones la extracción es marginal o no rentable. La baja productividad de muchas regiones provocó que para el año 2012 el DOE revisara a la baja sus estimaciones de reservas de shale gas en un 40% de 827 mil millones de pies cúbicos a 482 mil millones de pies cúbicos.
Las explotaciones comenzaron por los sweet spots o los sitios más ricos y la producción se elevó rápidamente, pero a medida que avanzaron los trabajos sobre regiones menos productivas, los resultados fueron tornándose cada vez más pobres, por lo que está siendo más difícil luchar contra la rápida declinación general. A pesar de los avances técnicos y las mejoras que se han logrado con la experiencia de los últimos años para mantener los niveles de producción estables, es casi obligado aumentar en permanencia la cantidad de perforaciones para evitar la declinación global, por lo que los montos de inversión se disparan y la productividad se mantiene estable o se desploma.
Las dificultades de los hidrocarburos en lutitas son la rápida declinación de la extracción y la baja productividad. Un pozo de petróleo de este tipo produce en promedio 600 barriles diarios de aceite durante el primer mes, a diferencia de los 8,000 barriles diarios que puede producir un pozo convencional. Además, el flujo se desploma rápidamente, con una tasa de declinación de hasta el 60% durante el primer año, y llega a sólo 150 barriles al día, a diferencia de un pozo convencional que puede mantener su producción estable mucho más tiempo y declinar suavemente. En un plazo de 5 años el pozo pierde toda su capacidad (ver gráfica 4). El costo de cada perforación promedia los 10 millones de dólares en los Estados Unidos, los resultados no siempre son positivos y los esfuerzos para culminar un pozo son muy complejos. En México algunos pozos han llegado a costar 20 millones de dólares, según la agencia Rystad Energy. Cada perforación puede requerir unos 1 900 viajes ida y vuelta de vehículos tipo tractocamión pesado, de los cuales por lo menos 250 son de agua y hasta 1 400 viajes de vehículos ligeros.
El problema inherente de los hidrocarburos no convencionales como el shale se debe a su baja tasa de retorno energético (TRE), que es invisible para la industria, porque sólo se calculan facturas, cheques y dinero. Si se calculará toda la energía dispuesta en un pozo de lutitas, sumando máquinas, herramientas, combustible, materiales, personal y todo lo requerido, no en dinero, sino en medidas de energía como el kilowatts hora o barriles de petróleo, y se restara ese monto de energía a la energía producida en cada pozo, se entendería mejor el verdadero problema de este tipo de explotación. El shale funciona porque está siendo financiado con la energía del petróleo barato de otras regiones.
Más del 90% de la producción de shale oil de los Estados Unidos recae en tan sólo tres de los 20 primeros campos productivos, Bakken en Dakota del Norte, Eagle Ford y Permian en Texas. El resto sólo aporta volúmenes menores. Más del 70% de la producción de shale gas sale apenas de cuatro de los 30 primeros campos, Marcellus en Pensilvania, Haynesville en Texas-Luisiana, Eagle Ford y Barnett en Texas.

En la parte de gas, David Hughes señala que es poco probable que Marcellus, Bakken y Eagle Ford puedan evitar el declive en los próximos años y que la producción en los principales campos caiga en picada, a menos de que haya un incremento importante en el precio del gas y en el número de perforaciones. Además, señala que los esfuerzos necesarios para recuperar las reversas de shale gas son impresionantes. Suponiendo las cifras revisadas en 2012 por el DOE, se van a requerir alrededor de 410 mil pozos para recuperar los 482 mil millones de pies cúbicos de reservas de gas.
Bill Powers ha alertado que el mercado del gas norteamericano tendrá graves problemas. Según él, existen varios factores que pueden provocar aumentos súbitos o picos del precio del gas en el corto plazo. Por un lado, las plantas eléctricas tanto nucleares como de carbón que están cerrando por razones ambientales y de reglamentación, están siendo remplazadas por centrales a gas, se está generando un nuevo parque vehicular que consume gas natural, se prevé el montaje de industrias de fertilizantes y químicos que son grandes consumidoras de gas en la unión americana. Por el otro, las importaciones de gas desde Canadá van a disminuir debido al aumento del consumo interior canadiense, por el auge de la explotación de las arenas asfálticas y a que van suministrar gas a los mercados asiáticos que son más atractivos. Powers advierte que los pronósticos de la AIE donde se supone que Norteamérica estará exportando gas en el 2020, son difíciles de lograr.
La fiesta americana del shale está alcanzando rápidamente su madurez. El ejemplo más claro es Haynesville (ver gráfica 2), donde el aumento de su producción se disparó en 2009 y solo duró tres años hasta el 2012, cuando la extracción se desplomó. Una buena parte de los yacimientos de shale han entrado en declinación o están estables. El aumento de los precios del gas que visualiza Powers, dará quizás otro aliento a las cuencas gasíferas, pero es previsible que cuando los campos más importantes alcancen su pico de producción, que al parecer será por ahí del 2018, el entusiasmo de los inversionistas por la fiesta americana del shale menguará. Al mismo tiempo, los operadores estarán batallando sobre las áreas menos productivas. Ambas realidades serán un freno al frenético ritmo de perforación que es indispensable.
Después de la fiesta, siempre llega la “cruda” realidad. Todo indica que, para el 2025, los hidrocarburos de lutitas regresarán al lugar que les corresponde en el balance de la producción global de los Estados Unidos, ocupando un porcentaje marginal como todos los hidrocarburos no-convencionales. De ser así, la producción de shale oil y shale gas será un efímero alivio para la economía norteamericana.
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